Otra Supercopa de España que vuela de Riad a las vitrinas del Real Madrid. No hubo dudas de que el trofeo tenía color blanco, el mismo que lucía la cara de Xavi al ver el 4-1 final. La grada lo presagiaba, aunque mucho tono pálido respondía a las túnicas de los jeques, emires, sultanes y califas que se congregaron para ver otro espectáculo que la mejor liga del mundo, la española, regala al público saudí, aunque el trofeo lleve por apellido su lugar de origen, uno que, o mucho cambian las cosas, o no volverá a disfrutar el aficionado patrio. La pela manda y los petrodóalares pueden adquirir casi todo, hasta un torneo que se celebra con la liga a medias y con un infernal calendario que se llevará a más de uno por delante con tanto kilómetro a las espaldas. Sin embargo, ni todo el dinero del mundo podrá comprar el perdón a Toni Kroos, declarado enemigo número 1 en Arabia.
Por primera vez en su carrera, a Toni no le bastó con ser el mejor dando un recital de fútbol para ganarse el aplauso de la platea. Ni siquiera cuando sacó a relucir esa irresistible sonrisa el rubito del Madrid logró la complicidad de la grada. Y mira que cuesta no caer rendido ante el 8 blanco. Es elegante, no se mancha -creo ni le salta el aceite si se hace un huevo frito-. A veces termina el partido y hasta parece que ni suda. Podría jugar de Hugo Boss el jodío. El mundo del fútbol se postra ante él. La última vez que claudicaron tantos a la vez ante un alemán fue en el 39. No así los aficionados de Riad, que dedicaron una sinfonía de viento cada vez que el germano acariciaba el cuero como solo él sabe hacer.
Kroos es persona non grata en Arabia. El centrocampista es una amenaza para el estilo de vida del desierto, como lo fue Khashoggi en su día. ¿Y por qué? Porque Kroos, rico a aburrir como es y después de haberlo ganado todo, no tiene miedo a decir lo que piensa. No tiene pelos en la lengua para declarar que el campeonato saudí, ese que ha fichado a lo más granado del fútbol mundial a base de carros y carretas de billetes, no es más que una gran burbuja que estallará tarde o temprano. Ocurrió en China, donde los fichajes estelares prometían llevar al gigante asiático a una nueva dimensión. Y así fue: los grandes clubes entraron en una nueva dimensión, la de la bancarrota.
Muchos acaban seducidos por esos cantos de sirenas de las arenas. Leyendas como Cristiano Ronaldo, futbolistas de élite como Mané o promesas como el gallego Gabri Veiga, que prefirió arreglar su vida con un contrato irrechazable en vez de probar fortuna en un equipo que pudiese pelear por títulos o jugar la Champions. Es difícil criticar lo que hizo del canterano del Celta, porque hay que pensárselo mucho para renunciar a 20 millones al año, pero Kroos, que tiene el dinero por castigo, tildó de vergonzoso su fichaje. Hizo de menos a los que tomaban las decisiones con el dinero por delante del fútbol, lo que provocó los silbidos de una grada inmisericorde con el de Greifswald.
Sin embargo, para Kroos el deporte no es lo fundamental. El globo que han montado los saudíes le molesta mucho más porque no es un Estado ejemplar. "La falta de derechos humanos es lo que me impediría irme", llegó a decir el bueno de Antonio. Unas palabras tan incendiarias como verdaderas. ¿Quién puede ponerlo en duda en un país donde la ley islámica castiga con la pena de muerte la homosexualidad o la desobediencia de una mujer hacia un hombre? Pues a ese sitio se ha llevado la RFEF, esa que se supone que representa a todas y todos y se nutre de fondos públicos, el torneo de los supercampeones, una fantástica publicidad para el régimen de Mohammad bin Salmán .
El de Kroos no es un hecho puntual. La propia selección alemana fue la única que hincó la rodilla en defensa de los derechos humanos en Qatar, donde ningún otro combinado nacional dijo ni pio. Un gesto valiente, condicionado tal vez por la vergüenza histórica de este país europeo al que le falta esa misma determinación para condenar lo que ocurre en Gaza y Cisjordania.
En cualquier caso, el castigo de la platea saudí a Kroos es por pensar por sí mismo, algo que en esa parte del mundo es realmente peligroso -y en el fútbol ni te digo-. Tener ideas propias, tener conciencia, creer que el dinero no tapa todas las vergüenzas, son los delitos que ha cometido Toni y por el que más de uno lo lapidaría con gusto. Kroos es una rara avis en el mundo del fútbol, donde esta clase de gestos son poco habituales. A algunos, compañeros de equipo del centrocampista incluso les cuesta censurar al presidente de la Federación cuando le roba "un piquito" a una futbolista. Odiar a los millonarios es una actitud, y es la mía, pero con ejemplos como el de Kroos tal vez haya lugar para la esperanza, aunque sea un rinconcito. Y mira que me fastidia aplaudir a un vikingo. Si te odian por hacer lo correcto, es que algo estás haciendo bien, Toni.