Miro el reloj. Marca las 23:40 horas. ¿Es posible? ¿Llevo 40 minutos viendo vídeos de gente tirando piedras al agua? Che, pero qué piedras, niño. Tremendos pedrolos. Mira esa, cómo cae. ¡Fuah! Al agua. ¡Pim! Y cómo salpica. Mira esta otra. Desde un puente. ¡Boom! El chapoteo casi llega al espacio. ¡Mira esta piedra que tira por un acantilado y choca contra otra piedra y al final caen dos piedras tochas al mar! ¡Es que fuah! ¡Fuah, pavo! Qué locura, tete. 

 

Pues así llevo 40 minutos, mirando el móvil. La cuenta se llama ‘Piedras tirar’ -no se comieron el tarro con el nombre, no- y cumple todo cuanto promete. Es peña tirando piedras. Desde un puente, o un acantilado, o una presa, o un muelle, o en la orilla de un lago… Y son chavales, y niños, y adultos, y chicas, y viejos, y gente que lanza piedras y más piedras, que se hacen fosfatina en su colisión contra el líquido elemento. Parece sencillo, ¿verdad? Pues lo es. Y la cuenta tiene más de un millón de likes en TikTok y cerca de 300.000 seguidores en Instagram. Así es como funciona el mundo: tirando piedras y monetizándolo si se puede, aunque no es el caso. 
 

Es absurdo, pero hay cosas que, sencillamente, son universales. Tirar una piedra es tan salvaje como instintivo. Es primitivo y eso nos conecta en cualquier punto del globo. Da igual el país, la cultura, la profesión o el nivel de estudios, que en algún momento de tu vida has agarrado una roca y has dicho: “¿A ver cómo de lejos puedo lanzarla?”. Pero hay otras cosas igual de absurdas que todos, absolutamente todos, hemos hecho y con las que nos podemos sentir identificados. Cruzar un paso de cebra y pisar solo lo blanco. Ir por la acera, darte cuenta de que estás caminando sobre las baldosas y evitar, a toda costa, pisar las rayas. Dar palmadas en la intro de ‘Friends’. También das palmadas cuanto te cantan el cumpleaños feliz porque, ¿qué se hace en esa situación?
 

Estás haciendo deporte, corriendo, y en medio de la carrera ves que viene un coche de frente, y aceleras el paso porque te autoconvences de que “si ese coche llega antes que yo a la farola moriré”. Queda poco gel en el bote, de modo que lo rellenas con agua y lo agitas. Y vas tirando. Igual puedes echar una semana sin pisar el supermercado para sustituirlo. Sacar una pateja por fuera de la sábana para regular nuestra temperatura corporal, siempre corriendo el riesgo de desprotegernos y que el monstruo -el que sea- nos agarre justo de ahí, porque de otra forma la manta puede parar cualquier ataque. 
 

Somos animales bípedos absurdos y extraordinarios, capaces de crear un instrumento del tamaño de la palma de nuestra mano que puede ser utilizado como una puerta a todo el conocimiento recopilado a lo largo de la historia la humanidad, almacenado en una red infinita y emplearlo en ver vídeos de peña tirando guijarros de gran tamaño a una charca. La piedra fue la primera herramienta de los homínidos hace miles de años y nos ha acompañado en todo el proceso evolutivo. Ahora que tenemos misiles y nuestra capacidad destructiva es inmensa, ya no nos las tiramos unos a otros con tanta frecuencia y las usamos como entretenimiento. 
 

Creemos que el Sputnik fue un reto científico, pero solo fue otra persona que un día se dijo: “¿A que pongo este chisme en órbita de un petardazo?”. Y todo para que los demás podamos verlo y decir: “¡Fuah, niño, menudo troncho volador!”. Ahora el siguiente paso es ver si estamos solos en el universo o si, como creemos, en otros planetas también hay piedras que tirar o que ya se están tirando. En Andrómeda tiene que haber unos cantos buenísimos para lanzar al río, nene. 


 

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