El triunfo de la selección de fútbol el pasado domingo ante las jugadoras de la selección sueca ha servido, entre otras cosas, para desviar la atención pública del “cacao político” que se está viviendo en esta España abrasada por el calor. El mérito de la selección española no se lo quita nadie, la mayoría de la ciudadanía estará pegada a la pantalla este domingo para ver la final.
La atención este miércoles se centrará en el Congreso de los Diputados donde está prevista la constitución de la Mesa, con la incógnita de quien será elegido como presidenta o presidente. Los socialistas optan a la misma, lo mismo que el PP ganador de los comicios. Es la primera parte previa a la posible investidura del candidato a ocupar el Palacio de la Moncloa. No es un tema menor dada las incógnitas sobre que formaciones políticas apoyarán a los socialistas y las cuentas que de momento no suman para el PP.
Las negociaciones de los socialistas, por un lado, con los grupos que le han dado apoyo hasta ahora continua y se suma también - por necesidad de votos- los de Junts, cuyo máximo dirigente, Carles Puigdemont intenta tensar demasiado la cuerda hasta el último momento para decir si vota a favor de los socialistas. Una tensión que se está viviendo en ERC donde el hasta ahora máximo interlocutor con los socialistas, Gabriel Rufián está siendo hábilmente apartado a un segundo plano y llevando la voz cantante la diputada y exconsellera, Teresa Jordá, que ya había sido diputada anteriormente. Cargo que dejó tras ser nombrada consellera.
La estrategia de Puigdemont es la de un jugador de billar, en una jugada maestra: cargarse la estrategia del PSOE, por un lado y por otro, minar a los republicanos y provocar unas nuevas elecciones en Catalunya, con el objetivo de sacar de la Plaza de Sant Jaume a Pere Aragonés. Una estrategia que les está llevando a una actitud algo paranoica. ¿Está deprimido Puigdemont ante su situación en Bruselas, sin la familia?, eso podría diagnosticar un especialista. Algo desquiciado sí que se le ve, se podría afirmar que desesperado. Por ello, esta ocasión le viene como anillo al dedo: manejar al PSOE que tanto detesta, ser el centro de atención y postular a su partido a ganar las próximas elecciones en Catalunya. Habrá quien no se crea, él está convencido de que será así.
Si los socialistas pierden la Mesa del Congreso, se abre una situación complicada, porque significa que Pedro Sánchez tampoco contará con los votos de Junts para su investidura, lo que posibilita que el presidente en funciones se verá abocado a convocar nuevas elecciones para final de año.
Como Puigdemont es imprevisible, puede que al final decida votar a la candidata socialista a cambio de algo más que un piropo por parte de los independentistas, PNV y los propios socialistas. Si por el contrario no lo hace, es una actitud de fuerza, chulería y de demostrar que él es el único líder del independentismo que le planta cara al gobierno de España y el único en provocar unas nuevas elecciones.
Sea como sea, sin tener delante una bola de cristal en la que se pueda leer el futuro inmediato, las cosas no están nada claras y la tensión, al menos aparente se va a mantener, hasta dentro de unas horas, en las que se conocerán la postura de todos los grupos políticos, especialmente la del grupo de Puigdemont, que está encantado de conocerse. Alguien dijo que “Yo soy el único que hago las cosas mejor que mi” y eso es lo que le está diciendo constantemente Puigdemont a su “superego”.