Te quiero, Fernando Simón. Ya está. Había que decirlo y se dijo. Es algo que debes saber y que me aterra pensar que nunca seré capaz de demostrarte. Para muchos has emergido como la estrella de Oriente que nos guía en este peregrinar por el desierto. Lo que dices va a misa, aunque hoy ni a misa podemos ir. Al menos hasta una nueva orden tuya, porque si lo dice otro atenderíamos con recelo. Pero si Ferchi dice que hay que ir a misa, pues se va a misa. Eres lo que Joaquín Reyes definiría como “bonico”. En el diccionario ‘Español-Chanante’ al lado de la palabra “bonico” sale una foto tuya. Tan “bonico” eres que no conozco a nadie que se haya tenido que justificar por haberse comido una almendra.
Pero yo no me conformo con eso. Quiero que todo el mundo sepa lo que vales. La pena es que nos hayamos dado cuenta ahora de que existes y no antes. Tal vez porque estabas en Burundi asumiendo retos mucho mayores que este. En África no pudimos verte, como tampoco te vimos cuando tenías este mismo puesto durante gobiernos anteriores, pero te vemos ahora, cada día ante el atril y arrojando luz sobre todas las grandes incógnitas de la epidemia. Hace poco propusieron en internet que cada español ponga un euro de su bolsillo para comprarte algo bonito. Pero, ¿qué se puede comprar con 47 millones de euros que esté a tu altura? He echado un ojo al mercado y con ese dinero te podemos comprar un Vinicius o dos Kondogbias, que ya te administras tú cómo quieras. Pero me parece insuficiente. Todo lo que no sea un busto tuyo en cada plaza mayor de España me sabrá a poco.
A pesar de tus esfuerzos por intentar que nos portemos bien y enseñarnos a ser buenos ciudadanos aún los hay que te critican y dudan de tu sapiencia. Y aun así tú crees en nosotros. Crees que podemos ser responsables, cívicos, buenos… ay, Fernando, qué equivocado estás. De verdad que no te merecemos. Pero sigues ahí, al pie del cañón, animándonos a resistir. Ni siquiera Atlas soportó el peso que hoy llevas sobre tus hombros. Y a pesar de eso, ni un mal gesto. Ni una mala mirada, ni un aspaviento… Solo una vez tuviste un amago de mandarlo todo a tomar por culo, y el momento crítico de tu ira se tradujo en un enfado propio de Ned Flanders que hoy es historia del audiovisual español: tú, de pie ante las cámaras, con los ojos como platos, los brazos abiertos y los hombros encogidos, como el que espera la llegada del morlaco a puerta gayola. Pero tan fugaz como vino el arrebato de ira se fue, y a su estela te dejó a ti pidiéndole disculpas al periodista (¡TONTOS PERIODISTAS! ¡TONTOS! ¡QUE HACEMOS ENFADAR A FERNANDO!) que te había sacado de tus casillas.
Pero fíjate cómo somos en este país que, aun después de haber pillado el bicho, los hay que te critican también por seguir en primera línea de fuego, como también siguen recordando tus primeros y dubitativos pasos en el amanecer de la pandemia, cuando el coronavirus solo era una palabra que nos sonaba a chino. Curiosamente, los que se afanan en recordar tu postura en torno al 8M son los que primero criticaron la puesta en marcha del estado de alarma, luego pidieron endurecerlo, más tarde denunciaron que su aplicación no hubiese sido más temprana y ahora no quieren darle continuidad porque creen que el peligro ya ha pasado cuando hay más de 200 muertos al día. Pero cuando solo eran unas decenas eran reacios a pararlo todo, por las consecuencias económicas que podría tener. ¡Si hasta te criticaron por responder a las preguntas de los niños! Lo raro es que todavía te queden respuestas cuando nadie ha hecho la pregunta del millón: Fernando, tú, ¿cómo estás?
Incluso hubo osados presentadores de televisión que se atrevieron a burlarse de ti. “Parece que lleva varios días durmiendo en un coche”. Le dice el de las hormigas a Fernando Simón. Ta’feo… Yo lo que creo es que llevas dos meses sin pegar ojo, Fer. Si alguien en España se merece unas vacaciones eres tú. Y si me permites, te recomiendo que te vayas lejos. A Belice, por ejemplo, un sitio donde todavía no ha llegado la Covid. Aunque me imagino que con la suerte que tienes tus vacaciones serán como las de Liam Neeson: tú intentando evadirte de todo cuando unos malvados aparecen para aguar tu tiempo de asueto. Pero en vez de secuestrarte al chiquillo es gente que forma corrillos en la calle fuera del horario permitido, y en lugar de terroristas albanokosovares los que amenazan la estabilidad nacional son runners, a los que tienes que desarmar solo con el dialogo y el talante que te caracteriza.
No sé si ha quedado lo bastante claro, pero aquí me tienes para lo que ordenes. ¿Qué hay que quedarse en casa? Nos quedamos. Lo que mandes. ¿O acaso es casualidad que tu apellido coincida con el del juego ‘Simón dice’? Mucha casualidad me parecería a mí… Don Fernando, por usted me subo al pupitre. Usted indique el camino que yo me encargo de abrir la senda entre la maleza a machetazos. Solo tiene que pedirlo y lo acompañaré hasta el fin del mundo. Camino de la libertad y la gloria, pero de su mano. Fernando Simón, mi capitán, ante usted tiene a un soldado.