Cada día escuchamos, leemos, vemos que las autoridades dicen que las personas se queden en casa .“Yo me quedo en casa”, ese es el eslogan que todos retenemos en nuestra memoria. La inmensa mayoría cumple obedientemente, se queda en casa. Una minoría no cumple la orden y ya están pagando las consecuencias: multas y prisión. Es normal que cada uno individualmente pague las consecuencias de sus actos irresponsables e insolidarios.
La otra recomendación que recibimos es la de no ir a urgencias, sino llamar por teléfono al número correspondiente que dispone cada comunidad autónoma. Bien hasta ahí. La mayoría cumple obedientemente. El problema viene cuando las personas que tienen síntomas llaman al número, les cogen nota, les dicen que le llamará un doctor/ra y pasan cinco días y nadie les llama para decirles lo que deben hacer.
La otra recomendación que recibimos es la de no ir a urgencias, sino llamar por teléfono al número correspondiente que dispone cada comunidad autónoma. Bien hasta ahí. La mayoría cumple obedientemente. El problema viene cuando las personas que tienen síntomas llaman al número, les cogen nota, les dicen que le llamará un doctor/ra y pasan cinco días y nadie les llama para decirles lo que deben hacer. Algunas de esas personas no volverán a llamar: se han muerto por ser disciplinadas y cumplir con lo que les dicen las autoridades “competentes”. ¿Cómo es posible que, a estas alturas, las llamadas telefónicas sigan sin solucionarse?. Algunos pensarán que puede que a la persona que no se les atienden telefónicamente son las de mayor edad, pero no son de todas las edades. Además, hay otro agravante añadido, las personas que llaman son de riesgo, porque se les están tratando de cáncer, la situación sigue siendo la misma que el resto. ¿Por qué? ¿Una mala planificación?.
Con esta grave situación, lo que va a ocurrir es que las personas se revelen, ante la preocupación de no saber si tiene el coronavirus, se marche a las urgencias para que les visiten. Viviremos episodios de enfrentamiento, la ciudadanía es obediente, paciente, pero hasta cierto punto, sobre todo cuando lo que está en juego es su vida y siente que el sistema no se preocupa de ella.
Hay que mejorar la atención telefónica para atender a la gente que llama, solo así se podrá hacer frente a la indignación que tienen demasiados ciudadanos/as. ¿Dónde está el personal sanitario jubilado que se ha ofrecido a colaborar de forma desinteresada?. En situaciones como esta, menos burocracia, más agilidad para resolver una situación que tiene a la ciudadanía angustiada. Es la hora de soluciones rápidas, no de echarle la culpa a otros, sino de coger el toro por los cuernos y afrontar la situación con valentía, con resolución y efectividad.
Todos nos preguntamos por los test rápidos que dicen que llegan, pero que pocos “disfrutan” de ellos. Ni la mayoría de personas de riesgo están siendo beneficiarios de los mismos. Menos hablar y más ponerse manos a la obra, o el coronavirus habrá ganado la batalla. Se está llevando por delante a toda una generación que ha luchado como nadie en épocas tan complicadas como las que les ha tocado vivir. Es una generación de luchadores que no merecen acabar sus vidas como lo están haciendo: se mueren, sin despedirse de los familiares, en la más estricta soledad. Se van sin molestar a nadie. Que tristeza para sus familias, que desesperación para las personas de su edad que sospechan que eso también les puede ocurrir a ellos.