Los fenómenos electorales, como en general todos los sociales, son multicausales. Así ha sucedido en las últimas elecciones generales en el Reino Unido. Siempre son varios y diversos los motivos que influyen en los resultados producidos. Para los analistas políticos es tentador y menos complicado asignar una única causa explicativa a lo sucedido electoralmente. Sí se puede, empero, resaltarse una causa que haya podido influir en mayor medida en la victoria electoral inapelable de Boris Johnson y su Partido Conservador. Y esa ha sido el Brexit.
Podrá aducirse que el porcentaje de voto popular de poco más del 43% de votos recibido por el Partido Conservador, cuyo programa electoral ha sido monotemático, con el compromiso de abandonar la Unión Europea el 31 de enero de 2020, es menor que el 52% de los que votaron por el Brexit en el referéndum del 23 de junio de 2016. Pero en la política cultura británica, de naturaleza mayoritaria y de confrontación, lo que cuenta es quien obtiene una voto más que el adversario. O sea, el ganador aunque sea por un solo voto, se lleva todo lo que electoralmente está en juego. Es lo que se conoce como 'the winner-takes-all politics'. Con esa lógica competitiva no hay duda de que el inefable Johnson ha obtenido una rotunda victoria. La diferencia en los resultados electorales finales la han materializado buena parte de los escaños en el norte de Inglaterra, tradicionalmente laboristas, que han pasado a ser conservadores.
La gran virtud electoral de los tories en esta ocasión ha sido insistir en cumplir el 'mandato' del referéndum de 2016. Es decir, en marcharse de la UE. El liderazgo laborista, en cambio, se ha autoinfligido un gran daño político al haber evitado en los últimos años la 'patata caliente' de definirse sin ambages ante el Brexit. Durante la campaña electoral, Jeremy Corbyn ha pretendido ilusoriamente concentrar la atención del electorado en viejas aspiraciones ideológicas. El intento de volver a hablar de las irredentas aspiraciones de la clase obrera para controlar mediante titularidades estatales los grandes medios de producción y distribución de bienes, se han topado con el hastío de los votantes y su deseo de 'cerrar' el asunto del Brexit. En paralelo, se ha expresado un apoyo implícito a la opción de la alianza anglo-norteamericana en el contexto de la globalización económica.
En los últimos tiempos como líber laborista, Corbyn ha priorizado los juegos tácticos que hubieran podido favorecer su ambición para ascender a los 'cielos' del gobierno en Londres. Pero durante la campaña electoral se ha equivocado al tratar de llevar la confrontación política a un tiempo político y económico que ya pasó. La auténtica alternativa ahora en juego para el Reino Unido no es otra que mantenerse como socio minoritarios en la extensión urbi et orbi del modelo de capitalismo global anglo-norteamericano.
Aparece ahora nítidamente ante los ojos de propios y extraños la configuración de una anglobalización, según las ideas de Trump y su acólito Boris Johnson. La aspiración no es otra que controlar el mundo financiero y económico mundia
Aparece ahora nítidamente ante los ojos de propios y extraños la configuración de una anglobalización, según las ideas de Trump y su acólito Boris Johnson. La aspiración no es otra que controlar el mundo financiero y económico mundial. Ahora ya no sirve el neoliberalismo, sino la dominación y hasta imposición de los intereses de la anglobalización. Se trata de una hegemonía estratégica que busca el establecimiento de nuevos acuerdos comerciales favorables a los países de la esfera de influencia anglo-norteamericana. Poco importa en el momento presente que las élites financieras y los gabinetes de estudios (think tanks) estadounidenses y británicos de orientación neoliberal, los cuales abogaron en los últimos decenios por el funcionamiento sin cortapisas de los mercados nacionales internacionales, callen abrazando la causa proteccionista.
Los aparentes beneficiarios de la anglobalización son las dos grandes plazas de las finanzas mundiales: Wall Street y la City londinense. En esta línea de expectativas no son pocos los financieros británicos que argumentan que la City de Londres no necesita del resto de Europa y que el Reino Unido puede optimizar su posición financiera mundial, junto a los EEUU, sin 'atarse' a otros socios europeos. Los mercados bursátiles y de divisas así parecen haber convalidado esa visión con las subidas producidas tras conocerse los resultados electorales.
Pero el Reino Unido también encara escenarios de futuro de gran incertidumbre. Al contrario de las declaraciones prepotentes de Johnson proclamando que el Reino Unido es una 'única' nación, los electores escoceses se han encargado de recordarle que eso no es así. El Scottish National Party (SNP) ha obtenido 48 escaños en Westminster del total del contingente escocés de 59. Una victoria sin precedentes que sirve que de recordatorio de la posibilidad de un nuevo referéndum de independencia en el país caledónico. Ha influido, y mucho, en el voto al SNP no sólo la posibilidad de la independencia sino de la pertenencia europeísta en la UE. El hecho de que al día posterior a las elecciones apareciesen en el Parlamento de Westminster junto a la Union Jack, o bandera común británica (combinación gráfica de las enseñas inglesa de la Cruz San Jorge y de la escocesa de la Cruz de San Andrés), las banderas inglesas de los partidarios del Brexit refleja un entendimiento de que ambas realidades políticas son lo mismo. Ello se toma como una afrenta en Escocia, y augura desencuentros territoriales, como en el caso de la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, que sólo un triunfo del capitalismo anglo-norteamericano a escala global pueden neutralizar ante las perspectivas de mejoras materiales frente a la UE.
Ganó el Brexit. Larga vida a la Unión Europea.