Hubo un tiempo, cuando Roma dominaba el mundo conocido, en el que se celebraba la llamada ‘Fiesta del Esclavo’, que coincidía con el solsticio de invierno y la entrada del sol en el signo de Capricornio –entre los días 17 y 23 de diciembre– que coincidía con el fin del periodo de siembra y el ritmo de trabajo en el campo bajaba mucho. En La Saturnalia, como se llamaba popularmente a este periodo vacacional, se rendía homenaje a Saturno –el Dios de la Agricultura– y en consecuencia a los entonces llamados esclavos todo le estaba permitido.
Y como recompensa por su esfuerzo y dedicación, se les obsequiaba con unas tortas redondas de higos, dátiles y miel, en las que se escondía un haba seca, símbolo de la prosperidad. La sorpresa en dicha época era que si el que encontraba el haba en su trozo de torta era esclavo, quedaba libre del trabajo por un día y era agasajado como un rey, incluso en algunos casos se le concedía la libertad.
Sirva esta cita de la memoria histórica común en los territorios del antiguo Imperio romano -la Catalunya romana lo fue- para explicar, primero, que como es obvio, los procesados no son ni han sido nunca esclavos de nada ni de nadie; y luego el por qué creemos que la sentencia del Supremo a los condenados por secesión en Catalunya esconde en su interior el equivalente metafóricamente a aquella haba seca de la fortuna, que les va a conducir casi de forma inmediata al tercer grado penitenciario y con él a una semilibertad en sus condenas.
Como es sabido y así está escrito en la sentencia, el Tribunal Supremo ha rechazado imponer a los acusados el llamado periodo de seguridad, que impediría conceder el tercer grado a los condenados antes de que estos hubieran cumplido la mitad de la condena en la sentencia del procés. Incluso en su intervención final en el juicio, la Fiscalía había pedido aplicar esta medida, posible en casos de condenas superiores a los cinco años de cárcel. Pero esa salvedad, común para casi todos los penados en territorio español, ha desaparecido milagrosamente por el generoso olvido de los jueces que ha presidido el Juez Marchena. Lo cual significa que los servicios Penitenciarios de la Generalitat no tendrán ese obstáculo a la hora de decidir en qué régimen penitenciario se cumplen las nueve condenas del procés desde el minuto cero. Vamos... en enero.
Para justificar ese privilegio, la sentencia solo nos dice lo siguiente:
"Los acusados han sido castigados, además de a las penas privativas de libertad asociadas a los tipos por los que se formula condena, a penas de inhabilitación absoluta que excluyen el sufragio pasivo y la capacidad para asumir responsabilidades como aquellas que estaban siendo ejercidas en el momento de delinquir".
Por resumir. Que si así lo desean las autoridades penitencias catalanas, pueden -y así lo harán- dejar a "sus presos políticos" dormir en casa todos los días de la semana salvo que el Fiscal, el Juez de Vigilancia penitenciaria y otra vez el Supremo se opongan ferozmente, algo que, viendo lo que ha pasado con el penado Oriol Pujol, lo vemos casi como utópico.
Mientras tanto, todo eso nos abochorna a todos, especialmente a los que hemos tenido a algún hijo en la cárcel condenado por un juez independentista; el impresentable Torra y el orfeón independentista se pasea por las calles y nos amenaza a todos los demócratas españoles, amantes del diálogo, casi con la ira de Lucifer si no nos sometemos a su satrapismo totalitario.
Hablemos claro. La sentencia -que es dura, pero muy fácil de acatar para la mayoría de los europeos- no va a servir de nada si la parte contratante de la primera parte -que diría Marx Don Groucho- no deja de mentir a sus seguidores, explicándoles lo que ahora ya todos sabemos: que la maniobra del Presidente del Gobierno español -dirigiendo intencionadamente el Juicio hacia la Abogacía del Estado- les ha beneficiado generosamente, esto si tenemos en cuenta que mucha gente exigía rebelión y no ésta secesión ligh si se aplican -como les señalo líneas arriba- las previsiones penitenciarias que el Estatut de Catalunya otorga al Govern presidido, ahora mismo, por un iluminati totalmente fanatizado.
El camino hacia la concordia y con él hacia la convivencia, no ha hecho más que comenzar. Pero, de momento, hemos comenzado muy mal. No me alegro de las condenas, pero esta sentencia que no parece gustar ni a unos, ni a otros -lo cual nos hace creer que es bastante justa por los hechos juzgados- debería cumplirse sin que nos quede la sensación de que todos, en España y especialmente en Catalunya, no somos iguales ante la ley.