Llevamos ya varias semanas en medio de un diluvio de noticias en torno a las habilidades expiatorias de Villarejo y su estrecha relación con la cúpula del BBVA, que comandada por un "desaparecido" Francisco González, ex Presidente de la entidad -al que se ha tragado la tierra- cuando su presencia mediática hubiera sido más que nunca necesaria para explicar lo que ahora están investigado los tribunales españoles.
Son tantas las cosas que la Justicia le ha perdonado a algunos bancos que ahora, con el BBVA en las primeras planas, muchos desconfiamos que cuando se acabe la investigación en curso los ahora llamados a declarar reciban una sentencia inculpatoria. La Doctrina Botín pesa tanto en nuestra memoria colectiva que la duda popular es más que lógica.
Pero si la ley nos dice que hay que dejar trabajar a los jueces con total independencia y también que nadie es culpable hasta que no se demuestra lo contrario, nada de todo ello impide que lo que se va contando en los pocos medios que nos atrevemos a ello -por cierto, los políticos se han mostrado sospechosamente prudentes- haya menguado el prestigio institucional del BBVA a las cotas más bajas de su historia. Vamos, que ha tocado fondo y que todo este lío le va a costar muy caro ante sus muy mosqueados clientes y los mismos organismos de control.
Sus actuales directivos van a sudar sangre para recuperar la credibilidad, que es el bien más preciado de cualquier banquero. Francisco González recibirá su sentencia, pero el daño que ha causado a la entidad que ha gestionado como si fuera su finca particular -con la sombría ayuda del Comisario Villarejo en temas muy poco claros- le va a sacar antes o después de su retiro dorado para tener que explicar qué hacía con su gestión y el por qué ha hundido el prestigio de una de las entidades más solventes de Europa. Si además se demuestra algún delito, apaga y vámonos.
¡Pobre BBVA! ¡Vaya lío en el que lo han metido!