El Vaticano ha tardado varios siglos en permitir que un Papa concediera una entrevista a un periodista joven y escasamente devoto. El reloj de la Santa Sede todos sabemos que funciona con unos horarios que no son de este mundo, sino del que nuestra vista no alcanza a ver. Por eso, esperar toda una vida, como es mi caso y el de otros muchos conciudadanos de la Aldea global, significa que hasta este histórico día el catolicismo romano había perdido el sentido de la realidad y con él la necesidad de tocar tierra con las dos manos y enterarse de lo que los creyentes piensan y sienten, contactando con ellos como lo ha hecho el jesuita porteño Jorge Mario Bergoglio.
Bienvenido sea el cambio después de 21 siglos, y mejor aún, que lo haya protagonizado un Papa que habla español, una lengua que ha hecho, mucho, muchísimo por el catolicismo y sobre todo, por su papado a lo largo de la historia que va desde el 1492 hasta casi el hoy mismo.
No ha sido la mejor, ni la más afortunada entrevista del periodista Jordi Évole, el otro gran protagonista de este acontecimiento, pero sería indecente, no reconocerle el mérito profesional de haberla sabido conseguir y poder realizar. Muy condicionado en su cuestionario de preguntas por el monotema papal de la emigración subsahariana -no se puede tener todo en la vida- hubo momentos relevantes en los que seguramente pudimos disfrutar de la sinceridad de un pontífice que nos ha dejado abierta una puerta al futuro para que la Iglesia se cuele a través de ella y conecte de verdad con el Evangelio de los pobres.
Lo más terrenal, a mi modesto entender, lo puso la cadena de la Sexta que nos coló al final de la entrevista papal, unas publicidades tan absurdas como inoportunas, que eclipsaron el encanto del momento histórico y nos privaron de la conclusión de la misma, porque seis minutos de anuncios, no los aguanta ni Dios, y mucho menos su representante en la tierra. El avaro catódico que tomó esa decisión, también histórica, podía haber solucionado su adicción al dinero con un patrocinio global al principio y al final de la emisión. Estoy seguro de que las mismas marcas que pagaron los spots pujarían por ese espacio, nada contaminante y grotesco. Me vino mucho a la memoria, no sé por qué, la evangélica imagen de un Jesucristo corriendo a vergajos a los mercaderes del Templo en los tiempos de Herodes.
Siendo benevolentes con nuestro colegas de la Sexta, deberíamos aplicar para aliviarles la penitencia de la metedura de pata aquella frase de Albert Einstein que nos une a todos los comunicadores en un mismo pecado: "Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas".