Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020).
En Twitter: @Roisinho21
“¡Mónicas, putas, salid de vuestras madrigueras como conejas! ¡Sois unas putas ninfómanas! ¡Os prometo que vais a follar todas en la capea! ¡Vamos Ahuja!”. Tal vez sea innecesario replicar palabra por palabra lo que ocurrió hace unos días en el Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid, porque las imágenes ya han dado la vuelta a España. Una imagen, la de los residentes asomados por sus ventanas, de verdadero pavor y estupor, semejante a la curva de ultras de la Lazio en el derbi de Roma o a los orcos plantados ante las murallas del Abismo de Helm. Pero ni son tifosi ni son personajes de fantasía, son muchachos, mayores de edad, comportándose como una banda vociferante de babeantes y bobos babuinos mientras vomitan machistadas a sus vecinas del Colegio Mayor Santa Mónica.
El vídeo dura unos pocos segundos pero supongo que, después de proferir esos gritos, acto seguido abandonaron sus grutas, garrote en mano, y como buenos cromañones dejaron secas a una o dos lugareñas para arrastrarlas por los pelos al interior de su cueva y satisfacer sus impulsos. Es lo propio y mínimo exigible para ser un hombre de las cavernas, que es a lo que aspiran con semejante coreografía.
Afortunadamente, el centro ya ha tomado medidas y ha expulsado al responsable. Responsable. Uno. El cabecilla. El líder de la logia. Porque identificar a las otras 99 persianas que se levantan al unísono, perfectamente sincronizadas en una performance que de seguro han ensayado antes, ya para otro momento. Buenos alemanes que solo se asomaban a ver si llovía. Lo suyo no sería expulsar al pregonero, sino clausurar el colegio mayor, como ocurre en los campos de fútbol. Si se comportan como hooligans, hay que aplicar el castigo ejemplarizante correspondiente. Hasta que aprendan que yendo de ultras no se va a ningún sitio.
Sería lo ideal pero, ay, ingenuo de mí. La vida no es ideal y la realidad es otra. La realidad es que en ese colegio, donde habrá muchachos brillantes y otros que no lo serán tanto, esos episodios se repiten año, tras año, tras año… "Son sus costumbres y hay que respetarlas", dirán. Lo que hay seguro es hijos de personas que pueden permitirse destinar 1.200 euros al mes para que su chiquillo pertenezca a ese colegio mayor, como cuando ellos eran estudiantes y estaban en esas mismas habitaciones, cantando esas mismas canciones, vejando a las mismas muchachas.
Jóvenes que hoy se divierten intimidando desde sus ventanas, pero que mañana saldrán de fiesta, con verdadera actitud de cazador, y creerán que realmente se han vaciado las madrigueras. Para ellos. Y seleccionarán a su presa, y tal vez entre varios la emboscarán, y la acorralarán, y la someterán, porque creen que es su derecho natural, como hombres, arrasar y dominar, y medir su masculinidad en conquistas, consentidas o no. Da igual. Son números. Una muesca más en la culata. Aunque hayan tenido que pagar por ella.
Y se creerán impunes y que están por encima del bien y del mal. Y llegarán un punto en el que, muy probablemente, lleguen a estarlo. Porque esos muchachos del Elías Ahuja acabarán siendo, como los que estuvieron antes que ellos, parte de la élite política, empresarial, educativa o judicial de este país. Integrarán listas de partidos políticos, se sentarán en consejos de dirección de empresas del IBEX 35, darán clase a los adolescentes del mañana y juzgarán delitos de odio o crímenes machistas. Y la rueda seguirá girando para que nada cambie, y todo siga como hasta ahora dentro de una sociedad enferma que se ha acostumbrado a las violaciones grupales, a los pinchazos, a las mujeres asesinadas, a políticos que niegan la violencia de género…
Porque lo más aterrador y sorprendente -o no tanto- es que las chicas del Santa Mónica salen en defensa de los comportamientos machistas e incívicos de sus vecinos. En las últimas horas han emitidos comunicados, han salido en redes sociales y en canales de televisión achacándolo a una “malinterpretación descontextualizada” que “en ningún caso quería denigrarnos como mujeres”.
Lo que ocurre es que sí querían denigrarlas, cosificarlas y convertirlas en mero entretenimiento pasajero. Muchas de estas mujeres han interiorizado la violencia hasta tal extremo que lo ven como algo cotidiano, algo que llevan presenciando cada día durante meses, durante años. Es lo normal, la norma, lo que se estila en sus círculos más cercanos y lo que han aprendido desde crías: a sonreir y saludar, a ser buenas niñas, a ser sumisas, a ser objetos. Porque, no olvidemos, también ellas pertenecen a esa misma clase social, la de los Luisvis y Pradas. “Si te pega es porque te quiere”, “tú calla y obedece” o “lo que tienes es que buscarte un marido”, frases que diría la abuela, tras décadas de abusos y ruegos callados.
Y yo, que no soy nadie, pero que también he sido estudiante, joven y estupido con mis muchos errores, les pido a ellos que nos sentemos, que reflexionemos si nuestros actos pueden incomodar o intimidar a nuestras amigas, a nuestras compañeras, a nuestras vecinas, a nuestras hermanas, y que lo denunciemos cuando nuestro colega, nuestro bro o nuestro hermano se pasa de la raya, que no quede en la anécdota ni en lo pasajero. Y a ellas, si les puedo pedir algo, les pido que salgan de sus madrigueras, y que si se meten en una que lo hagan como Alicia, para perseguir al conejo blanco. Salid de vuestras madrigueras tranquilas, seguras, libres, formales, informales, sobrias, borrachas, histéricas, históricas, salid como queráis salir y ser, pero sobre todo salid sin miedo. Que sean ellos los que se queden en casa, mirando por la ventana. Es hora de devolver a los cromañones a las cavernas.
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